No es
algo que se calcule con exactitud, es algo que se percibe como un escalofrío,
espontáneamente. Quién sabe cuando llega, si antes o después. Simplemente, se
necesita.
Sin más.
Son las siete en punto de la mañana. Señor convence a su instinto y se levanta. Una larga y ambiciosa inspiración intenta despejar su cabeza. Sus cóncavas ojeras parecen estar reposando sobre su cara. Profundas y oscuras: el poema matutino de un día gris, tan simple y plano como un cromo. Aquel que pasa desapercibido del cual apenas recuerdas un leve detalle tímido y vulgar, que encima sientes que te desgasta una y otra vez.
Sin más.
Son las siete en punto de la mañana. Señor convence a su instinto y se levanta. Una larga y ambiciosa inspiración intenta despejar su cabeza. Sus cóncavas ojeras parecen estar reposando sobre su cara. Profundas y oscuras: el poema matutino de un día gris, tan simple y plano como un cromo. Aquel que pasa desapercibido del cual apenas recuerdas un leve detalle tímido y vulgar, que encima sientes que te desgasta una y otra vez.
Señor es un buen señor, así como su
comportamiento. Hace cosas de señor. Tiene una casa de señor y pertenencias de
señor. Muchos documentos y papeles de señor. Huele a señor. Le suelen decir que
es muy afortunado, ya que tiene un buen trabajo y lo lleva con gran
responsabilidad. Todos lo saben, nadie lo duda. Él es muy consecuente de sus
acciones. Nunca se deja nada sin resolver, todo lo que decide lo estudia meticulosamente de forma preliminar. Sus decisiones abarcan un por qué y una
finalidad y esa es su vida, una serie de acciones justificadas. Sus ojeras no
habían desaparecido aún. Como un mecanismo preciso, se duchó, desayunó, se
vistió y se fue.
Son las 8:00. Allí estaba todo igual que siempre. El halógeno irradiaba una
blanca luz nuclear, y en el ambiente se mezclaban de una forma muy extraña y casi desagradable los
olores corporales de los demás trabajadores. Apenas se fijó en la luz natural que
entraba por la ventana, pues las persianas estaban bajadas. Ese ambiente,
indudablemente, era deprimente para cualquiera. Claro que, cuando eres víctima de tu propia rutina, no te das ni cuenta. Pero ese era su trabajo, al fin
y al cabo. Tenía que cumplir con su deber, pues así se ganaba la vida. Aún así,
no podía ignorar el nudo que se le formaba en la garganta. En realidad, no
aguantaba nada de lo que había a su alrededor. No soportaba ni el color del
gotelé de las paredes. Todo el mundo le aplaudía, pero Señor sentía que estaba
perdiendo el tiempo. Rápidamente, reprimió este sentimiento en un profundo
suspiro.
Son las 10:00. Todo había transcurrido de forma normal. Lo único que se
diferenciaba un poco eran las charlas pretenciosas e intrascendentes con los
otros trabajadoras que le dan a uno ganas de vomitar. Definitivamente, no podía
huir de la intensa angustia que hoy se apoderaba de él. Era como un
virus que le había sido inyectado intravenosa y empezara a surgir efecto. Su cuerpo
apenas respondía a sus obligaciones empresariales, y su corazón latía nervioso
por lo que esta rebelión corporal pudiera provocar. El cerebro se estrujó como
cuando escurres una camisa arrugada y sucia que está mojada y gritó: ¡basta! Y las piernas se
movieron frenéticamente hasta la salida. El ruido de las gomas de los zapatos restregándose contra el suelo no podían pasar desapercibido y esto le puso muy nervioso y empezó a respirar entrecortadamente. Los ojos se limitaron a mirar a un
punto fijo para no contactar con ningunos ajenos.
Son
las 10:47. Señor acaba de llegar a casa. No sabía muy bien lo que estaba
haciendo, pero su organismo se lo agradecía. Después de haber tomado fuerza
tumbado en el sofá, con los pies sobre el reposabrazos y los brazos tras su
cabeza, decidió dar un paseo por la ciudad para despejarse.
Al
salir a la calle, enseguida percibió que otra luz inundaba la calle.
Obviamente, es la misma de siempre, pero uno se siente así cuando está en un
sitio a una hora que no suele frecuentar. Y esto fue de lo más reconfortante
para él.
“Tiempo”.
Nunca
se había fijado en el nombre de aquella tienda, pero sí en el atrayente
escaparate, en el cual uno se quedaba inevitablemente cautivado. Uno no podía
mirarlo con un simple vistazo, si no que tenía que quedarse a contemplarlo con
mayor detalle, debido a la cantidad de relojes de todo tipo, de diferentes estructuras, estilos y materiales. Dentro del lugar, uno podía llegar a perderse
entre todos aquellos “tic, tac” que formaban un murmullo relajante para unos,
inquietante para otros. Aunque conmovedor para ambos. Ver aquellos antiguos
relojes entremezclados con los de última generación le hacía a uno reflexionar
sobre el paso del tiempo, lo que, sin quererlo, resultaba
metafórico de una forma muy inocente. Señor
se sobresaltó cuando sus ojos contactaron con los del dependiente, ya que había
estado evitando encontrarse con la mirada de alguien todo el camino. Reflexionó unos segundos sobre aquel hombre
desaliñado y peculiar, que encajaba perfectamente con la dinámica de su tienda.
-¿Le
puedo ayudar, señor?
-No,
gracias. Bueno, en realidad…
-He
visto cómo contemplaba este reloj en el escaparate. Es una verdadera obra de
arte, y por consiguiente, una de nuestras mejores piezas. Se puede observar que
los adornos de cristal que componen casi por completo la pieza fueron hechas a mano de una forma muy sutil y con mucho
gusto, vaya. ¿Quisiera ver usted el espectáculo? -Este acoso directo al cliente le hubiera resultado intimidante a cualquiera.
Pero Señor se acercó más para observarlo con detalle. El hombre reajustó la
hora del reloj, que volvió a colgar en su sitio, y acto seguido se cruzó de
brazos y sonrió con los ojos muy abiertos, lo que despertó aún más la
curiosidad de Señor. El objeto empezó a sonar. Unas pequeñas puertas se abrieron, a la izquierda y a la
derecha del montaje, unidas por una especie de carril donde se iban moviendo
unos personajes. Se fijó en que éstos estaban ordenados por orden de edad.
Había cuatro: un bebé que gateaba, un niño que corría, un señor que caminaba de
forma más serena siendo el anciano el último de la fila. Todos se dirigían
hacia la puerta derecha, que se cerraba tras de ellos. Simultáneamente, otro
compartimento situado en la parte superior del montaje se abría, dejando ver
una especie de piedra preciosa tallada en forma de interrogante, lo que impactó
a Señor.
-Es
hipnotizante, como mínimo. Le hace a uno pensar. Se la compro.
Señor
metió la llave meticulosamente en la cerradura de la puerta, y disfrutó del
sonido de los engranajes moviéndose, del pomo de la puerta fría contra su mano,
del movimiento de la puerta abriéndose, que chirriaba como quien da la bienvenida
al volver al hogar, y el gutural cierre de la misma. Era la primera vez que se paraba a pensar en eso. Camino de su habitación,
comprobó que su nueva adquisión funcionaba correctamente, y una vez allí reposó
la caja que lo envolvía sobre su escritorio. Su cuarto estaba estaba meticulosamente
ordenado, como siempre. Todo estaba en su sitio. Señor abrió la ventana de su
cuarto, e inspiró profundamente como tantas veces había hecho hoy. Observó por
unos instantes la terraza del primer piso. Apenas había nada allí, salvo las
cuerdas de tender la ropa. Ninguna prenda estaba tumbada sobre ellas, ya que estaban
bien planchadas y dobladas en sus respectivos cajones. Cogió con ambas manos su
bonito reloj y lo miró con orgullo. Empezó a plantearse dónde lo iba a colocar.
Examinó cada rincón de su cuarto y reflexionó sobre dónde le gustaría más
verlo. Pensó en cómo contaría cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día
de su vida. Cómo mediría el tiempo y le encuadraría para que cumpliese con su
estructurada vida, la cual le había sido asignada. Se miró las manos,
arrugadas, grises y frías, que contrastaban con unos preciosos anillos dorados
que tenían pinta de pesar. Ojeó ahora su inmobiliario, lleno de muebles que hacían
juego con la decoración. Notó como éstos se le echaban encima, y le aplastaban
sin dificultad. Tic tac, tic tac. Los dientes se caen, la carne se pudre. “Y seguiré
limpiándote el polvo, y aplicándote el barniz para que reluzcas y mis invitados
admiren tu belleza inmortal, mientras que yo me voy preparando,
constante y silenciosamente, a ser capturado por mi cazador. Puedo verlo,
pero es imposible huir de sus garras. Nací siendo una presa, es parte de la naturaleza, es
incuestionable. Pero el miedo, silencioso, lo verdaderamente inaguantable. Me impide moverme, estoy atrapado. Y no sólo es eso, si no que se me clava y me causa mucho dolor. Me acabo de dar cuenta de ello. Pues todo el mundo lo mira, y nadie lo ve raro, ya que están terriblemente acostumbrados. Cada uno lo concibe como si fuera una parte más de su cuerpo. Tengo que acabar con esto. Ansío comprender quién soy.
Con el corazón a mil, las manos le
temblaban, pero de un movimiento decidido y presuroso rompió esa tensión de
una decidida y cortante sacudida de brazos. Sentía que algo explotaba dentro de
si mismo, inundándole la mente con millones de colores chillones. El reloj cortó el aire y,
con fuerza, salió despedido por la ventana. Rápidamente, se aferró a la imagen
que pasaba por sus ojos. Su nuevo y flamante reloj, volando por los aires y
traspasando el cielo, con sus cadenas bailando y enredándose entre sí. La caja
hacía un curioso ruido en el que podía escuchar cómo se agitaban todas sus
piezas. Parecía un ángel. Agarró fuertemente el borde de la ventana para ser
totalmente consciente del impacto. Un escalofrío le recorrió la columna
mientras que se dejaba cautivar por el magistral estruendo del reloj de cuco
impactando contra el suelo. Todas las piezas saltaban de forma caótica como
chispas de fuego, mientras que las piezas colisionaban y se separaban en mil
pedazos diferentes, expandiéndose y formando algo parecido a un océano de
cristal. La parte metálica del reloj que sonaba para marcar las horas rebotó
entre todos los restos, provocando un vibrante y excitante estruendo que hizo
que Señor se estremeciera especialmente. Una especie de vacío germinó de la
ausencia de ruido. Había roto el silencio. Recordó al dependiente de la tienda, cuando le ofreció ver
el espectáculo dentro del reloj de cuco. Y sonrió. Entre todos los restos, algo
brillante llamó especialmente su atención. Era la piedra preciosa en forma de
interrogante. Curiosamente, no se había hecho pedazos. Estaba enterrada entre
toda la parafernalia destrozada. Fue en ese momento cuando se sorprendió de la
alegoría ante la cual se hallaba. Era la vida misma. Brillante, indescriptible. Respiró profundamente como antes, pero no de la misma forma. Esta vez se sentía libre. Todo lo que hacía no tenía mucha transcendencia en realidad. Lo único que había estado haciendo había sido decorar la trampa que le oprimía en vez de tratar de escapar de ella. Y ahora que lo había conseguido, sentía como todo cobraba sentido. Todo brillaba con una luz diferente ante sus ojos, adquiriendo una forma y un significado distinto. Se fijó en la luz que reflejaba la piedra: casi parecía que ella misma la emanaba. Señor no se sentía señor. Ni olía a Señor, ni tenía que vestir como un Señor. Había hecho algo absurdo. Había roto con sus obligaciones. Se cuestionó todas las vidas de aquellos que mueren de miedo bajo sus trampas en las que ellos mismos caen, en lugar de correr libres con el fin de disfrutar de la belleza incalculable que a uno le rodea de forma natural.
Y así, Señor dejó de ser señor. Así fué como gritó, salió de su trampa y echó a volar.
Y así, Señor dejó de ser señor. Así fué como gritó, salió de su trampa y echó a volar.
Sin más.